El que se los comió Parece que ha habido un hombre de instintos temerarios que se ha comido unos senos de mujer, como se comen unas naranjas sin mondarlas ni repartirlas en gajos, sino mordiéndolas y chupando. Quizá unos senos comidos con el valiente apetito con que se podría realizar ese acto, sepan a ancas de rana o cosa por el estilo. ¿Y su pezón? Su pezón debe saber como el tostado pezón de los panes que acaban en punta, en una punta exquisita. También parece que algunos senos deben saber a guayaba.
(Ramón Gómez de la Serna, Senos, 1918; Buenos Aires: Albino, 1979.)
Los senos cuyo valor desconoce el dueño Nadie jamás había tocado sus senos. Habían tenido una perfecta seriedad en su pecho. Estaban reservados para que muriesen inactivos en el árbol solitario. No supo él los senos nuevos e intactos que se llevaba, los senos de miel que tenía entre manos. La noche de sus bodas aquella mujer debió buscar el amante que se diese cuenta. ¡Qué irreparable pérdida! En aquella noche, como todas las noches, perdieron su fragancia los senos preciosos en las manos del tratante de naranjas.
(Ramón Gómez de la Serna, Senos, 1918; Buenos Aires: Albino, 1979.)
3 comments:
Ah, las tetas, que dulce locura.
El que se los comió
Parece que ha habido un hombre de instintos temerarios que se ha comido unos senos de mujer, como se comen unas naranjas sin mondarlas ni repartirlas en gajos, sino mordiéndolas y chupando.
Quizá unos senos comidos con el valiente apetito con que se podría realizar ese acto, sepan a ancas de rana o cosa por el estilo. ¿Y su pezón? Su pezón debe saber como el tostado pezón de los panes que acaban en punta, en una punta exquisita.
También parece que algunos senos deben saber a guayaba.
(Ramón Gómez de la Serna, Senos, 1918; Buenos Aires: Albino, 1979.)
Los senos cuyo valor desconoce el dueño
Nadie jamás había tocado sus senos. Habían tenido una perfecta seriedad en su pecho. Estaban reservados para que muriesen inactivos en el árbol solitario.
No supo él los senos nuevos e intactos que se llevaba, los senos de miel que tenía entre manos. La noche de sus bodas aquella mujer debió buscar el amante que se diese cuenta. ¡Qué irreparable pérdida!
En aquella noche, como todas las noches, perdieron su fragancia los senos preciosos en las manos del tratante de naranjas.
(Ramón Gómez de la Serna, Senos, 1918; Buenos Aires: Albino, 1979.)
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